Cada vez es más evidente que la inflamación desempeña un papel fundamental en el desarrollo del acné. También existen crecientes evidencias de que la contaminación exterior actúa como catalizador inflamatorio, provocando efectos nocivos debido a la generación de estrés oxidativo. El estrés puede llegar a desbordar las defensas naturales de la piel, agotando su capacidad antioxidante y contribuyendo al entorno inflamatorio de fondo. La exposición a los rayos UV se suma a los efectos de la contaminación atmosférica y del ozono troposférico (O3), en especial en materia de agotamiento de los antioxidantes y niveles de lipoperoxidación (por lo que respecta al escualeno, los ácidos grasos insaturados suponen entre el 10 % y el 15 % del sebo).
En términos epidemiológicos, tres estudios realizados en Asia indican que la exposición a contaminantes atmosféricos puede agravar el acné común e inciden en los vínculos fisiopatológicos entre la prevalencia del acné y los altos niveles de contaminación ambiental.
En vista de los datos disponibles, un comité euroasiático (siete científicos especializados en dermatología, biología cutánea y medicina ambiental) apoyan la necesidad de protección dermocosmética en pacientes con acné: para evitar la exacerbación del ciclo inflamatorio, el incremento de la gravedad y la pigmentación postinflamatoria.